Cuando Joaquin Arbe se enteró, como todos nosotros, de la cancelación de Tokio 2020, inmediatamente subió un posteo a su cuenta de Instagram con una pierna tatuada, que en teoría era la suya (luego lo desmintió), y un mensaje contundente pero con humor. Resiliencia, que en el diccionario significa “la capacidad que tiene una persona para superar circunstancias traumáticas”, es una palabra clave en la configuración de la humanidad por estos días. En su libro Endure, Alex Hutchinson dice, apoyado por datos estadísticos, que los deportistas de elite tienen una mayor capacidad de sufrimiento, asociada con circunstancias de la vida o con un mecanismo de auto control mayor de la agonía mental primero, y física después. Sin dudas, es el caso de Arbe, pero también de Eulalio Muñoz, que días antes, también a su cuenta de la misma red social, escribió un mensaje pidiendo por la seguridad de los corredores y abogando por la suspensión de los Juegos, que finalmente llegó.
Cronología de una reprogramación anunciada
Casi al mismo tiempo, el 3 de diciembre de 2019, el CEO de Tokio 2020 Toshiro Muto mostraba con orgullo al mundo la finalización de las obras de remodelación del Estadio Olímpico de Tokio, emplazado en el mismo lugar que el homónimo estadio de Tokio 1964, construido desde cero en tres años y que albergaría a 64.000 personas. Dos días antes, la OMS declaraba sospechosa una neumonía localizada en el mercado Huanan Seafood Wholesale Market de Wuhan, en la provincia de Hubei, China. El caso no tenía ningún link epidemiológico con otros y tampoco causas conocidas hasta ese momento. Semanas después, en base a los protocolos de aislamiento para el estudio y con cientos de casos de contagio en la ciudad china, las autoridades locales se pusieron de acuerdo con la OMS en declarar la existencia de un nuevo coronavirus de la familia de los SARS COV-2, nunca antes visto en la historia de la humanidad. Desde ese primer día de diciembre del año pasado hasta hoy, con el ya mundial y tristemente célebre Coronavirus, hasta el momento de redactar esta nota, cuando el Premier de Japón Shinzo Abe anunció la postergación de los Juegos, pasaron 124 días, 417.663 casos de contagio y 18.605 fallecimientos a causa del virus.
Tokio 2020 era el último bastión de los más optimistas organizadores y patrocinadores deportivos y con razón: moviendo una economía trillonaria en los meses de verano del hemisferio boreal no solo en Japón sino en cada economía regional ya sea por la organización eventos clasificatorios locales, merchandising o turismo. Con un presupuesto de USD 22,591 millones pero que se estimaba en más de 28 mil millones, Tokio 2020 hacía prever un cambio de paradigma en cuanto a la realización de un evento deportivo y prometía atraer récords de audiencia en épocas de hiper conectividad, realismo aumentado y consumo desmedido. Mientras las cifras de contagiados ya no sólo crecían en Wuhan sino que comenzaban a desparramarse por el resto del país y cruzaban a Japón y al resto de Asia, el Comité Olímpico intentaba mantener la calma asegurando que los Juegos no estaban en riesgo “bajo ningún punto de vista”. Iba a haber, sin embargo, un primer antecedente de lo que estaba por venir, cuando el Maratón de Tokio programado para febrero de este año cerraba sus puertas a la participación de más de 33.000 runners populares dejando la competencia reservada sólo para la elite. Mientras tanto Europa, que prácticamente no ofreció restricciones a viajeros desde China, comenzaba a desarrollar sus propios casos importados pero también locales. El mundo occidental, entonces, empezaba a responderse preguntas sobre el virus que ya estaba surfeando los efectos de la globalización.

El 14 de marzo la OMS declaraba al Coronavirus una pandemia, con casos confirmados en la mayor parte del mundo y días después movía el epicentro de la enfermedad a Europa, mientras Trump ordenaba el cese de viajes desde y a Europa para viajeros norteamericanos, Italia y España comenzaban su exponencial curva ascendente de contagiados y China comenzaba a hacer decrecer sus casos. Las diferentes ligas de todo el planeta, desde la NBA a la Liga Española y la Italiana, la Formula 1, la MLB o los Campeonatos Mundiales de distintas disciplinas competían para ver quiénes cancelaban primero sus eventos, al tiempo que Tokio 2020 continuaba en la agenda de los comités de cada país, instando a que sus atletas “continuaran entrenando como pudieran”. Con decenas de naciones en aislamiento o cuarentena, la difícil logística de cada deportista para poder siquiera mantenerse en forma en semejante momento de la historia empujaba a un final que parecía decretado, secreto a voces, y al que le restaba sólo la confirmación.
El 22 de marzo fue la USATF (USA Track and Field) la que pidió, a través de un comunicado, que el COI considerara la posibilidad cierta de reprogramación de los Juegos. Al otro día, las federaciones canadienses y australiana se pusieron de acuerdo para directamente anunciar que no llevarían atletas a la cita. En declaraciones en off, Dick Pound, un respetado viejo miembro del COI, finalmente dijo que estaban analizando distintos escenarios para esa cancelación. Con los deportistas en picos de incertidumbre, la presión cada vez mayor de los medios y los patrocinadores cada vez más a favor de la reprogramación (Coca Cola, el principal, aseguró que trabajaría para “cuando los J.J.O.O. se pudieran hacer”), finalmente Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico, en acuerdo con Shinzo Abe y su gabinete, finalmente lo anunciaron: no habrá Juegos Olímpicos de Tokio en 2020. Por ahora, la nueva fecha de realización, que por un rato trascendió podía llegar a ser en otoño —boreal— de este año, ocurrirá en 2021 con una ventana no mayor al verano del hemisferio norte del próximo año.
Lo que iba a cambiar, entonces, no era el paradigma de la organización de unos Juegos Olímpicos: los que cambiarán, después del Coronavirus, son los paradigmas de la humanidad. Y en ese sentido, como todo, Tokio 2020 tendrá que esperar.

Los maratonistas argentinos hablan
“La situación del Coronavirus en Argentina me encontró en Cachi, entrenando, y si bien recién esta semana se tomaron medidas firmes sobre el asunto, prácticamente pude entrenar 18 días de los 21 que iba a estar ahí”, dice Daiana Ocampo, una de las argentinas que más chances tiene de ir a los Juegos a través del sistema de sumatoria de puntos, en un chat de WhatsApp desde su casa de Pilar, en donde está cumpliendo la cuarentena junto a su marido y su hija. Y agrega que junto a su entrenador no han planificado planifica nada específico a largo plazo. “Esto es un día a día”. Seguramente Daiana, que gracias a sus 2:34:16 había obtenido en Buenos Aires la mínima estándar para participar del maratón olímpico, tendrá su oportunidad en 2021. Para Joaquin Arbe, primer maratonista argentino en conseguir la mínima para Tokio con sus 2:11:04 en Buenos Aires, a la seguidilla de cancelaciones en su agenda (Mundial de Medio Maratón, Grand Prix, Iberoamericano), lo de Tokio se veía venir, y afirma que “Mejor, voy a llegar en mejores condiciones para 2021”.
A Marcela Gomez, recientemente récord argentino de maratón en Sevilla (2:28:53), el anuncio de la postergación le trajo alivio: “Estábamos con incertidumbre, sabíamos que se iba a postergar pero no cuándo, finalmente con el anuncio del COI estamos más tranquilos, sabemos que se va a postergar por un año, entonces sabemos cómo programarnos, cómo seguir de aquí en adelante. No estamos pudiendo entrenar, yo también estoy en cuarentena, así que es un alivio. Creo que fue una decisión super acertada”. Además, Marcela asegura que “Si se hacían este año, no iba a ser lo mismo, mucha gente iba a llegar en desventaja para buscar la marca, por todo lo que está pasando. El año próximo todos vamos a estar en igualdad de condiciones para competir en Tokio, así que en todo sentido me parece muchísimo mejor.
